Ayer, 12 de Noviembre de 2018, hubiese cumplido 89 años Michael Ende, autor de “La historia interminable”, una novela que leí cuando apenas tenía 11 años y… que me cautivó totalmente desde el mismo momento en que la tuve entre mis manos. Y cuando digo esto (tal vez la literalidad de la expresión “desde el mismo momento que la tuve entre mis manos” pueda llevar a error), me refiero exactamente a eso, a que mi amor por ese libro fue fulminante, porque caí rendida a sus pies sin ni siquiera abrirlo, ¡ja, ja!
Esa portada, con el Auryn como motivo central, esas ilustraciones de madreperla adornando los bordes, el texto del interior escrito en dos colores (¡guau!, aún recuerdo como me impactó eso). En cuanto empecé a leerla comprendí que esos dos colores estaban ahí para algo: para diferenciar el mundo real del mundo de fantasía, pero en ese momento, en lo único en que podía pensar era en que nunca, nunca, nunca había visto un libro así.

Bueno, como ya os imaginareis, empecé a leer la novela casi con ansia, y con las expectativas por las nubes. Y debo decir que no me decepcionó. ¡¡Por Dios, era la historia de un niño que toma un libro y se encuentra literalmente dentro de la historia!! (mi sueño de toda la vida, ¡ja,ja!). La historia me atrapó totalmente: sufrí con Bastián (el niño que desde el mundo real se adentra en Fantasía), me enamoré de Atreyu (el joven cazador de la tribu de los Hombres de Hierba del mundo de Fantasía), lloré por la Emperatriz Infantil y deseé tener un dragón como el dragón blanco de la suerte Fújur…
Tras releerla ayer y luego cotillear en internet, no me ha extrañado nada saber que la novela fue un éxito de ventas bestial cuando fue publicada, allá por 1979. Se tradujo a 36 idiomas y ha sido objeto de varias adaptaciones cinematográficas, aunque la primera no gustó nada al autor del libro, que la calificó de “repugnante” e incluso llegó a pedir que le sacaran de los créditos (¡todo un carácter, el Sr. Ende!).